La escritora entrerriana fue entrevistada por su público el jueves 17 de agosto en el «Aula de la Memoria» de la Escuela Normal «José María Torres». En esta oportunidad conversó con los asistentes acerca de su obra «Chicas muertas». La propuesta estuvo organizada por las Secretarías de Extensión y Derechos Humanos, y de Bienestar e Inclusión Estudiantil de la FHAyCS.
En la apertura de dicha actividad estuvieron presentes la Decana de la Facultad, Mg. María Gracia Benedetti, la Secretaria de Bienestar e Inclusión Estudiantil María Belén Pimentel y El Secretario de Extensión y Derechos Humanos, Daniel Teira.
El encuentro propuso establecer una interacción entre la escritora y sus oyentes. Para iniciar, Selva Almada agradeció la invitación y manifestó la alegría que le provocó volver a recorrer los pasillos de la Escuela Normal, donde fue alumna de Castellano, Literatura y Latín.
«La mañana del 16 de noviembre de 1986 estaba limpia, sin una nube, en Villa Elisa, el pueblo donde nací y me crié, en el centro y al este de la provincia de Entre Ríos. Era domingo y mi padre hacía el asado en el fondo de la casa. Todavía no teníamos churrasquera, pero se las arreglaba bien con una chapa en el suelo, las brasas encima y encima de las brasas la parrilla. Ni siquiera con lluvia mi padre suspendía un asado: otra chapa cubriendo la carne y las brasas era suficiente». Así inicia la obra «Chicas Muertas» título que despertó la curiosidad del público.
_ ¿Por qué llamaste de ese modo tu obra?
_En realidad ese era el nombre con el que empecé a llamar el archivo. El trabajo me llevó varios años de investigación, tenía todo el material ahí y cada tanto empezaba algún boceto de cómo pensaba contar estas tres historias que me interesaba contar y a esos archivos le ponía «Chicas muertas». En el caso de Andrea que relato, caso al que tuve mucho acceso al expediente, pude ver que cuando se les acababan los sinónimos víctima, asesinada también hablaban mucho de la chica muerta y me pareció que era un buen título. Más allá de que la muerte es algo común en todos nosotros, en cambio el asesinato no, «Chicas muertas» tenía una carga por lo menos en nuestra época que el lector iba a interpretar enseguida. La editorial primero no estaba tan convencida, creían que podía espantar a los lectores y finalmente accedieron. Para mi tenía una contundencia, el libro con ese título hablaba de mujeres asesinadas.
_ ¿Cómo surge la idea de escribir este libro?
_Uno de los casos, el de Andrea, ocurrió en un pueblo vecino al mío, yo soy de Villa Elisa. Recuerdo que causó mucha conmoción. La historia de Andrea estuvo siempre presente. Y cuando empecé a escribir, esa historia aparecía. En algún momento empecé a pensar que tenía que escribirla pero ya no desde la ficción, que esa historia tenía que circular, tenía que conocerse, que era lo único que yo podía hacer para que no se perdiera la memoria de esta chica asesinada. Entonces me enteré del caso de María Luisa, más o menos de la misma época, y después del de Sarita. Todos en los años ochenta, todas adolescentes. Armé un proyecto y lo presenté al Fondo de la Artes y me dieron una beca con la que pude hacer parte del trabajo. A partir de ese material podía empezar a escribir un libro.
_ ¿Por qué o cómo elegiste el tema del libro?
_ Cuando empecé a pensar en el libro, quería rescatar estos tres casos, creo que mi idea iba más por el lado de la crónica policial. Pero a medida que me fui metiendo en la escritura me fui dando cuenta de que no iba por ahí, de que el libro no pretendía ser un policial ni un ensayo sobre violencia de género ni una investigación periodística. Que lo que quería contar era otra cosa, más íntima y era mi relación con la violencia contra las mujeres, mi propia experiencia siendo una mujer joven, de clase media baja, en la provincia.
_ ¿Cómo era ser adolescente y mujer en aquella época?
_Fui adolescente en esa época y por eso el libro tiene una cuestión autobiográfica, las tres chicas eran de mi edad, de pueblo, de clase media baja, son cosas que me unían con esas chicas. Nada ha cambiado demasiado. Que Andrea haya sido asesinado en su propia casa, eso me sorprendía porque existía la idea de que el peligro sólo estaba afuera del hogar. Y hoy en lo que son los femicidios en Argentina se dan en mayor medida en el entorno, por eso el caso de Andrea es muy simbólico. Cuando era adolescente no se hablaba de violencia de género, mucho menos de femicidio. Ahora cuesta hablarlo y asumirlo como un problema cultural y social muy profundo.
_ ¿Cuál pensás que debe ser el rol del sistema educativo ante estas situaciones?
_ La educación en la familia y en la escuela desde la infancia es fundamental; las mujeres tenemos que dejar de criar misóginos y de tolerar el sistema patriarcal. Me alarma cómo la escuela estigmatiza a las mujeres con cuestiones de la vestimenta y en ese caso también lo hace con el varón poniéndolo en un lugar medio animal en el que no se puede contener si la compañera va vestida de tal manera. Cuando visito escuelas intento hacerles entender a los chicos que ellos también son víctimas de la cultura machista. Hay que desterrar muchos prejuicios sobre todo en la escuela.
_ ¿Crees que hemos avanzado en el país en cuanto violencia de género?
Hubo un avance, sobre todo en cuestiones legales en la última década. Hoy existen organismos que se ocupan de atender las denuncias, hay campañas que alertan contra la violencia de género, se habla un poco más del tema, hay leyes que castigan con más dureza a un femicida pero todavía las mujeres estamos desprotegidas.
Selva Almada
Es una escritora entrerriana, nacida en Villa Elisa, cuyas obras han trascendido las fronteras de nuestro país. Se destacan, por mencionar algunas, la novela «El viento que arrasa», traducida al francés, portugués, holandés y alemán; y su crónica «Chicas muertas» en la que la autora visibiliza tres femicidios ocurridos en distintas provincias argentinas en los años 80, obra que la proyectó como escritora feminista. Actualmente vive y trabaja en Buenos Aires; fue becaria del Fondo Nacional de las Artes, en 2010, con un proyecto de investigación sobre femicidio adolescente.
Otras obras publicadas por Selva son «El desapego es una manera de querernos», «Ladrilleros», «Una chica de provincia», «Niños», «Mal de muñecas», «Las dueñas de la pelota», «La última gauchada», «Verso y reverso», «Die Natch des Kometen», «Timbre 2. Velada Gallarda», «De puntín», «Poetas argentinas 1961-1980», «Narradores del siglo XXI» y «Una terraza propia. Nuevas narradoras argentinas».
Entre otras actividades, desde 2006 la escritora co-dirige el ciclo de lecturas «Carne Argentina», en FM La Tribu; y coordina talleres de escritura en la ciudad de Buenos Aires y en el interior del país.
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