A 105 años del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria

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El 21 de junio se cumple un nuevo aniversario de la publicación del Manifiesto liminar de 1918, dado a conocer a través de La Gaceta Universitaria, el órgano oficial de la Federación Universitaria de Córdoba. Esta declaración expresaba los principios fundacionales del movimiento reformista que transformó para siempre la vida de las universidades argentinas y llegó con su ejemplo a todos los rincones de nuestra América Latina.

*Escribe el Prof. Federico Tálamo

Ciertamente lo ocurrido en Córdoba contó con varios antecedentes que no podemos obviar: el surgimiento de los primeros centros y federaciones de estudiantes en los albores del siglo XX, la reforma del Estatuto de la Universidad de Buenos Aires en 1906 –que incorporaba la figura del Consejo Directivo, aunque integrado únicamente por profesores– y el reciente cierre del internado del Hospital de Clínicas en 1917, por mencionar sólo algunos de los más importantes. Sin embargo, las causas más profundas de las protestas llevadas adelante por la FUC tenían razones filosóficas, políticas y pedagógicas.

Debemos decir que no fue casual que este movimiento se iniciara en esa ciudad, donde los resabios conservadores y autoritarios de la única universidad de origen colonial –entre las cinco que había en nuestro país– constituían un freno a las transformaciones que ya se venían experimentando en otras partes de la Argentina. Así lo hicieron saber en los primeros párrafos del Manifiesto, con referencias tanto a la fuerte presencia clerical en sus aulas y pasillos como a los esfuerzos por evitar desde aquella provincia –un siglo atrás– la gesta independentista.

(…) acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica (...).
La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y porque era necesario borrar para siempre el    recuerdo de los contra-revolucionarios de Mayo.

Esta proclama reformista tenía en el cogobierno su principal exigencia: la participación de representantes estudiantiles en los consejos para intervenir de manera real y efectiva en la toma de decisiones dentro de la universidad. Pero junto a este reclamo había otros no menos importantes, como la libertad de cátedra y su periodicidad mediante concursos abiertos –hasta entonces con cargos vitalicios y en algunos casos «hereditarios»–, plena autonomía respecto del poder político, modernización en los métodos de enseñanza e incorporación de las perspectivas científicas más recientes, gratuidad de los estudios superiores y atención a los problemas y las necesidades de la sociedad, a la cual la universidad daba la espalda.

Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la Universidad apartada de la Ciencia y de las  disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia.

deoDeodoro Roca

Las décadas se sucedieron y con ellas un derrotero de transformaciones sociales y políticas: varios golpes de Estado, feroces dictaduras, crisis económicas y movilizaciones populares, todo ello como telón de fondo para marchas y contramarchas en el plano universitario. La progresiva incorporación a sus aulas de sectores históricamente marginados, la expansión del sistema mediante la creación de nuevas instituciones en todas las provincias y la vinculación estrecha con la comunidad fueron parte de un complejo proceso que también incluyó la supresión de la autonomía o el cierre de carreras, cuando no la lisa y llana persecución a estudiantes, docentes e investigadores por razones ideológicas o académicas.

A más de cien años de inaugurado este movimiento resulta fundamental entender que la Reforma no fue un acontecimiento que concluyera en ese lejano 1918, tampoco un hecho consumado del que sólo quepa hablar en tiempo pasado. Así como la Revolución Cubana triunfó en 1959 y actualmente lleva más de seis décadas consolidando una experiencia política que resiste con dignidad la asfixia del imperialismo norteamericano, el reformismo universitario cuenta en su haber con un siglo de luchas que no se detienen a pesar de los retrocesos experimentados en las épocas más oscuras.

Las banderas levantadas por la Reforma Universitaria, algunas de ellas materializadas desde sus comienzos y otras convertidas en conquistas a lo largo del siglo XX, no pudieron ser silenciadas aun cuando muchos de sus logros fueran anulados en diferentes momentos de nuestra historia. Gobiernos de facto y también constitucionales –que no fueron capaces o no quisieron comprender la riqueza de la democracia universitaria– pusieron en jaque principios que en la actualidad consideramos elementales.

Incluso hoy, en pleno siglo XIX y frente al resurgimiento y la proliferación de discursos neoliberales, excluyentes y cuasi fascistas, es una obligación moral y política para quienes concebimos a la universidad como un ámbito de reflexión y debate, de pensamiento crítico, de producción y socialización de prácticas y saberes, defenderla de quienes ven en ella un obstáculo para sus intereses.

Está claro que aquello que tantas y tantos supieron conquistar no es irreversible y es allí donde reside el máximo desafío. Mientras existan referentes políticos, comunicacionales y empresariales que piensen que nadie que nace en la pobreza llega a las universidades, que las mismas son un gasto y no un derecho, que no debieran estar abiertas a los extranjeros o que no son un lugar para hacer política –como si realmente alguien pudiese abandonar su condición de sujeto político al pasar por sus puertas–, entonces es deber del movimiento reformista continuar luchando para construir, consolidar y preservar una universidad pública, popular, democrática, científica, inclusiva y al servicio de los intereses de su pueblo.

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*Prof. Federico Tálamo
Docente de la cátedra de Política Educativa | Consejero Directivo FHAyCS-UADER

Fotos: Repositorio Digital Institucional UBA - Archivo gráfico de la UBA

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